Cada cierto tiempo surgen pequeñas constelaciones de artículos y discusiones en diferentes medios alrededor de un tema que, por lo general, responden al algo en concreto (una nueva ley, el comentario de un político, otro artículo que ha generado interés). Otras veces, sin embargo, las constelaciones parecen más bien accidentales y es difícil trazar el árbol genealógico a una misma raíz. A veces las constelaciones sólo existen para quien se haya topado con esas distintas discusiones, con la sensación de que éstas se han alineado por alguna razón, que no es coincidencia que a propósito de nada muchos estén hablando de lo mismo. Me ha pasado recientemente con la soledad. Quizá sea uno de los principales temas de nuestro tiempo.
Hace unas semanas leí un comentario de Austin Kleon sobre el nuevo (post-COVID) libro de Kristen Radtke, Seek You: A Journey Through American Loneliness, que me generó la suficiente curiosidad como para pedirlo a la biblioteca. Kleon decía que es un libro difícil de categorizar. Un ensayo gráfico, una especie de documental, entre lo memorístico y lo periodístico, sobre un mal muy de nuestro tiempo y al parecer muy norteamericano: la soledad. Quien disfrute de las novelas gráficas, encontrará en este libro el mismo encanto. Las ilustraciones son estupendas y especialmente efectivas para transmitir la experiencia de la que se habla. Muchas, incluso, dan en el clavo y son iluminadoras. Sin decir mucho, uno inmediatamente se siente reconocido. En este sentido es un libro hasta poético: muy de tocar y ver.
Mientras lo leía, Agnes Callard publicó un artículo en The New Yorker, “The Problem of Marital Loneliness”, sobre el remake de “Scenes of Marriage”, la película de Ingmar Bergman. Antes de entrar en la discusión sobre la versión de HBO, Callard comienza con una escena de su propio matrimonio, un reconocimiento del tipo de compromisos que hay que hacer para salvar la infinita distancia entre una y otra alma. Hasta en un buen matrimonio, los seres humanos tenemos una sed de conexión que nadie en este mundo puede satisfacer completamente. Esta especie de soledad, a diferencia de la que habla el libro de Radtke, no es uno de los males de nuestro tiempo. Es más bien una realidad antropológica en la que muchos ven una especie de prueba subjetiva de la existencia de Dios. Callard no habla de esto, pero es lo que pensé al leer el artículo: “Marriage is hard, even when no crises loom, and even when things basically work. What makes it hard are not only the various problems that arise but the lingering absence that is felt most strongly when they don’t. The very closeness of marriage makes every bit of distance palpable. Something is wrong, all the time.”
Kristen Radtke también tiene una breve escena de su matrimonio en su libro—y cómo a veces se asoma esa sombra de “la soledad marital”

Según Callard, la versión de HBO disuelve completamente la esencia de la visión de Bergman y las preguntas difíciles de la versión original: “Bergman suggested that marriage was meant to address a metaphysical need: our connection to reality. Levi, by contrast, sees marriage as a way of navigating one’s place in the economic and social order…What was, in Bergman’s hands, a horrifying picture of the limits of human contact becomes, in Levi’s, a set of increasingly independent journeys of personal growth.” Me imagino que la versión de Bergman es deprimente. De hecho, al parecer, los divorcios en Suecia aumentaron notablemente bajo la influencia de la película. Pero si Callard tiene razón, yo la pondría en cursillos prematrimoniales, precisamente como un polo a tierra: hasta el amor humano, quizá lo más grandioso que se puede encontrar en este mundo, tiene sus límites. Estoy convencida de que muchos divorcios tienen en su raíz una falta de realismo, esto es, de comprensión de la naturaleza humana.
En Itinerarios de Vida Cristiana, un libro de Mons. Javier Echevarría, hay un capítulo que he releído muchas veces, y he vuelto a leer a raíz de estas reflexiones. Habla precisamente de esa “sombra de amargura” que aparece en muchas relaciones cuando no se logra el grado de intensidad que se desearía.
El ser humano posee una capacidad de infinito que sólo el Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie, excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe —incluso en las más grandes amistades y en los más grandes amores— una cierta experiencia de límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra miedo, repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el que nadie entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De este modo se encauza una inquietud del espíritu que sólo en Dios puede encontrar finalmente reposo. Es de Dios, y sólo para Dios, la morada última y más profunda de nuestro corazón.
Luego de Callard, sin buscarlos, me llegaron notificaciones de dos podcasts: un episodio de EconTalk (del 27 de septiembre) con Noreena Hertz, autora del libro The Lonely Century: How to Restore Human Connection in a World that’s Pulling Apart. (Es curioso, por cierto, lo similares que son las portadas de este libro y el que otro que mencionaba arriba. A mí me gusta salir a caminar por las noches en mi vecindario—casas, no apartamentos—y siempre me entra un cierta nostalgia al ver las luces encendidas en la intimidad de las casas. Nunca había pensado en esto en términos de soledad, pues estas casas, a diferencia de las de las imágenes, son casas de familias, pero algo de eso hay: al fin y al cabo esa ventana a la que miro no es mi casa y estoy a años luz de distancia de esa luz—creo que hay un poema de Miguel d’Ors sobre esto).
Sentirse solo es más que la sensación de no tener a nadie cerca. Hertz dice que la soledad de la que ella habla es una sensación de desconexión en general, desconexión de los amigos, la familia, pero también de la realidad, del gobierno, del trabajo. Callard, en su artículo, hablaba de esa necesidad metafísica de conexión que todos sentimos. Es una necesidad tan honda que sentirse desconectados, así en general, por mucho que objetivamente alguien no esté solo, es dolorosísimo. Hertz ve en las redes sociales y el capitalismo neoliberal los principales culpables de este flagelo. Russ Roberts, como buen libertario, reacciona ante la crítica al capitalismo: “Yeah, so I don’t buy that at all, for a lot of reasons. So, let me try to lay it out a little bit and you can respond.” Es lo que me gusta de las conversaciones en EconTalk, lo auténticamente Socráticas que son, el buen give and take. Roberts pone el énfasis en lo que los individuos deben hacer para crear mejores comunidades. Que el gobierno tiende a destruir las comunidades que toca. Hertz dice que es cierto que mucho lo que hay que hacer como individuos, pero que también hace falta una infraestructura y que los gobiernos tienen que crear oportunidades para que las personas hagan más cosas en común. Que el fervor que Trump generó en cierto sector de la población responde precisamente a que son sectores que se han sentido ninguneados por el gobierno y que han perdido la sensación de pertenencia al resto de la sociedad. En fin, allí está la discusión para quien le interese. Muy recomendada.
Sin embargo, si de optar por un solo podcast se tratase, me atrevería a recomendar aún más un episodio en el podcast del Trinity Forum que vi—otra coincidencia—al día siguiente del de EconTalk: “The Lonely American: Rootedness and Reconciliation in a Riven Land”. Es la grabación de un evento del Trinity Forum con Ben Sasse, el Senador de Nebraska, y Russell Moore. Si yo pudiera lanzar a alguien a la presidencia, no sólo mi voto iría por Ben Sasse, sino también mi entusiasmo y hasta me pondría en las filas del voluntariado político que siempre me ha espantado. Ben Sasse es quizá el único político que genera en mí esa especie de admiración y pasión que tantos otros sienten por los suyos. La primera vez que escuché hablar de él fue a raíz de una de las muchas discusiones sobre el aborto en Estados Unidos. Quienes defienden el aborto no aceptan la pregunta sobre la diferencia entre un aborto y un infanticidio, a pesar de que se abortan fetos que bien podrían sobrevivir fuera de la madre. Ben Sasse puso el dedo en la llaga al promover el “Born-Alive Abortion Survivors Protection Act”, para proteger la vida del bebé que haya nacido vivo después de un intento fallido de aborto. Como él mismo ha dicho muchas veces, esta ya no es una cuestión acerca del aborto como tal, sino de garantizar que todo bebé nacido reciba toda la atención y cuidado que necesita. (La implicación es que simplemente dejar morir al bebé es una opción válida). Al día de hoy, hasta donde tengo entendido, no ha logrado la mayoría de votos que necesita en la Casa de Representantes.
Mi otro “encuentro” con Sasse fue en la audiencia de Amy Coney Barrett durante su nominación para la Corte Suprema de Justicia. La intervención de Sasse me pareció estupenda: una clase magistral sobre la diferencia entre civismo y política, que expresa con tremenda claridad la hiper-politización de nuestra época. Habrá a quienes les parezca condescendiente, pero si hay algo cierto acerca de nuestro tiempo es que no pueden darse por hecho ni las verdades más probadas, y a veces decirlas en voz alta es exponerse al ridículo.
También vi a Sasse en un documental sobre varias personas involucradas en política con un claro sentido de estar llevando a cabo su vocación cristiana: “For Love of Neighbor: Politics for the Common Good”. Es documental muy esperanzador. Pero en fin, todo esto es una larga introducción a por qué tengo buena disposición a todo lo que Ben Sasse tenga por decir. Esta conversación sobre la soledad no hizo más que afianzar mi impresión. El punto esencial de Sasse es una defensa del arraigo. Algunas de sus ideas:
1. La revolución digital es más relevante que el momento político en el que vivimos. Es una revolución que nos está haciendo nómadas, sin raíces. Muchos problemas se derivan de esto, como el hecho de haber perdido la noción del “nosotros”, por haber pedido la distinción entre las comunidades locales y las nacionales.
2. Para entender el alcance de la revolución industrial, podemos mirar hacia dónde va la economía. Por primera vez en la historia, los ricos no quieren más cosas. Nos estamos moviendo hacia una economía en la que el precio del alquiler va a ser mucho menor que el precio del almacenaje. Antes que acaparar un montón de cosas (un taladro, por ejemplo) y tener que pagar por el mantenimiento y el almacenaje, más vale tener un buzón grande donde recibir los envíos a través de los drones (si sé que voy a usar un taladro en las próximas dos horas, puedo alquilarlo baratísimo, ¿para qué tener uno si rara vez lo voy a usar?). La revolución digital nos va a permitir mucha más movilidad, pero la pérdida del lugar es también una perdida de las relaciones atadas a ese lugar. Y sin relaciones, ¿qué se puede esperar de la política? La política no puede suplantar las bases de una polis. El rol de la política es mantener un marco de libertad y orden para que las comunidades locales puedan florecer, allí donde realmente se encuentra el sentido y la felicidad. La tecnología nos susurra: “¡Puedes vivir sin raíces!”. Pero la realidad, dice Sasse, es que no podemos vivir sin raíces y ser felices al mismo tiempo.
3. El momento que estamos viviendo no es totalmente nuevo, sino que hay muchos paralelos con la revolución industrial en Estados Unidos y el éxodo de la América rural hacia las ciudades industrializadas. A diferencia de las sólidas comunidades rurales locales, en las ciudades había una sensación de anonimato y soledad… hasta que eventualmente se fueron formando nuevos puntos de encuentro y comunidad. En otras palabras: hay esperanza.
Que todos estemos un poco solos no es consolador, pero sí esperanzador. Yo veo esperanza, por ejemplo, en lo mucho que se habla últimamente sobre “localismo”, los clamores por una tecnología más humana, la invitación a un uso más consciente de las tecnologías (en este sentido son muy buenas las 41 preguntas de L. M. Sacasas, que han “explotado” recientemente gracias al podcast de Ezra Klein).
No podemos vivir de espaldas a los deseos del corazón. Allí donde nos sintamos queridos y necesitados, allí donde podemos lograr un pequeño cambio, allí es donde hay que poner las apuestas: el tiempo, el corazón, la carne en el asador.
Hasta aquí esta serie de encuentros fortuitos con varias discusiones sobre la soledad. Tengo otras pendientes, como el libro de Erik Varden del que hablaba hace unos meses Daniel Capó, The Shattering of Loneliness (al parecer los links del Debate de Hoy ya no funcionan en eldebate.com). La conexión entre la memoria y la superación de la soledad me parece prometedora, y quizá también hable de esa otra cara de la soledad, que en inglés llaman solitude, la buena soledad, la de la vida interior.
Simplemente ¡espectacular! siento que este escrito nos reconcilia mucho con la realidad. Por un lado, por la referencia a la soledad como una “consecuencia” casi que natural de los límites del amor humano, y, por otro lado, por lo esperanzadora que resulta la idea de que, a pesar de esto, los deseos del corazón siempre encontrarán un punto de conexión, de necesidad, de arraigo… Hermoso, Marce. Gracias.
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