No es el primero, en realidad. Este verano estuve en un pueblito en Texas en el que parecía que nadie había escuchado hablar del coronavirus. El único restaurante-bar del pueblo estaba abierto y había música en vivo. Sí que había un mensaje en la puerta que pedía a los clientes abstenerse de bailes, pero por lo demás, nadie llevaba mascarillas y las mesas largas, compartidas, invitaban a compartir tus fried pickles con el vecino, mientras cuatro hombres, canosos, con barbas y sombreros pasaban de una especie de country rock a otra música suave, esa del vaquero nostálgico, el fondo ideal para las confidencias.
Este otro evento, sin embargo, ha sido el primero en este otro universo que es Washington D.C., así que hay que celebrarlo con cierto bombo. Ha sido, además, un recital de poesía, organizado por Image Journal, mi revista favorita de poesía, y LOGOS, un grupo poético que organiza “liturgically-inflected poetry readings”. Fui armada con cierto escepticismo, el mismo que siento ante todo lo que suene “experimental”, pero salí con la sensación de haber escuchado a dos grandes poetas. La poesía se defiende sola. Aunque yo no había leído nada de los poetas, ambos son conocidos. Jericho Brown ganó recientemente el Pulitzer de poesía y Marilyn Nelson lo ha ganado casi todo. Nelson fue la que más me impresionó. Ya se sabe lo espinosas que son las cuestiones raciales en Estados Unidos, las heridas que levantan, el shut up and listen. Pero si hay alguien a quien me gustaría escuchar con atención es a Nelson. Uno de sus libros cuenta las historias de su familia, de abuelas, bisabuelas, tataratías, en tiempos de esclavitud. Krista Tippett, en On Being (un podcast que recomiendo vivamente), la llama “the storytelling poet”, y aunque apenas la conozco del recital, su presencia y su voz me han dado la impresión de que Tippett ha captado perfectamente su esencia. Nelson tiene una voz suave y, a sus 75 años, un aire de “abuela sauce”. Rebosa de una sencillez que le da un aura de santidad. Muchos de sus poemas son “historias líricas” (as in histories), pequeñas biografías familiares y plegarias. Una maravillosa muestra de lo biográfico:
HOW I DISCOVERED POETRY
It was like soul-kissing, the way the words
filled my mouth as Mrs. Purdy read from her desk.
All the other kids zoned an hour ahead to 3:15,
but Mrs. Purdy and I wandered lonely as clouds borne
by a breeze off Mount Parnassus. She must have seen
the darkest eyes in the room brim: The next day
she gave me a poem she’d chosen especially for me
to read to the all except for me white class.
She smiled when she told me to read it, smiled harder,
said oh yes I could. She smiled harder and harder
until I stood and opened my mouth to banjo playing
darkies, pickaninnies, disses and dats. When I finished
my classmates stared at the floor. We walked silent
to the buses, awed by the power of words.
Y una muestra de una pequeña plegaria que logra ser humorística e inculpadora al mismo tiempo, como la canción de Janis Joplin que comienza “Oh lord won’t you buy me a Mercedes Benz”…
INCOMPLETE RENUNCIATION
Please let me have
a 10-room house adjacent to campus;
6 bdrooms, 2½ baths, formal
dining room, frplace, family room,
screened porch, 2-car garage.
Well maintained.
And let it pass
through the eye of a needle.
El ritmo de la noche (lo de la “liturgically inflected poetry”) era el siguiente: Cada poeta recitaba sus poemas, luego había un rato de conversación sin micrófonos entre las personas del público, lo que Nelson en aquel episodio de On Being llama “communal pondering”. Aquí el bar de Texas y DC se daban la mano: mesas largas compartidas con extraños, donde el nice to meet you fluye bastante bien, la verdad. Luego de la conversación improvisada, un rato de conversación entre el maestro de ceremonias y el poeta, con algunas preguntas del público. Primero Brown, luego Nelson. Al final, invitaron a cada uno a que le preguntara algo al otro. Brown, joven y efervescente; Nelson, ya mayor y contemplativa. Brown, que no podía ocultar su admiración por Nelson, nos regaló el mejor momento de la noche cuando le preguntó a Nelson por uno de sus poemas, que no había leído. “Minor Miracle… Can you tell us how that poem came to be? Did that reeaally happen?” “Oh yeah, it happened” Y así nos regaló la lectura de este poema. Aquí está en la voz de Nelson, por si quieren acompañar la lectura.
MINOR MIRACLE
Which reminds me of another knock-on-wood
memory. I was cycling with a male friend,
through a small midwestern town. We came to a 4-way
stop and stopped, chatting. As we started again,
a rusty old pick-up truck, ignoring the stop sign,
hurricaned past scant inches from our front wheels.
My partner called, “Hey, that was a 4-way stop!”
The truck driver, stringy blond hair a long fringe
under his brand-name beer cap, looked back and yelled,
“You fucking niggers!”
And sped off.
My friend and I looked at each other and shook our heads.
We remounted our bikes and headed out of town.
We were pedaling through a clear blue afternoon
between two fields of almost-ripened wheat
bordered by cornflowers and Queen Anne’s lace
when we heard an unmuffled motor, a honk-honking.
We stopped, closed ranks, made fists.
It was the same truck. It pulled over.
A tall, very much in shape young white guy slid out:
greasy jeans, homemade finger tattoos, probably
a Marine Corps boot-camp footlockerful
of martial arts techniques.
“What did you say back there!” he shouted.
My friend said, “I said it was a 4-way stop.
You went through it.”
“And what did I say?” the white guy asked.
“You said: ‘You fucking niggers.’”
The afternoon froze.
“Well,” said the white guy,
shoving his hands into his pockets
and pushing dirt around with the pointed toe of his boot,
“I just want to say I’m sorry.”
He climbed back into his truck
and drove away.
Y prácticamente así terminó la noche. Todos aplaudimos.
Y una semana después, sigo leyendo todo lo que me encuentro.