Este blog es un jardín (II)

Este blog es un jardín, decíamos. Pero un jardín que echa raíces en la herencia de la Academia, el sitio donde Platón conversaba con sus amigos. La Academia, cuenta Diógenes Laercio, era un pequeño jardín (κηπίδιον), un lugar boscoso (ἀλσώδης) fuera de las murallas de Atenas que llevaba el nombre de un legendario héroe griego, Academo. Por esto, era considerado un lugar sagrado y, al parecer, Platón mismo instituyó allí un templo a Apolo y a las Musas (un Μουσεῖον, de donde vienen nuestros “museos”). En ese ambiente florecía la filosofía, la geometría, la astronomía, la música—la búsqueda de la verdad a través de un diálogo constante. A esta arboleda de la Academia se refería el poeta romano Horacio en una de sus cartas en la que decía que a Atenas le debía la voluntad de distinguir lo bueno de lo malo y de “buscar la verdad entre los bosques de Academo” (“atque inter silvas Academi quaerere verum”: Las palabras en la cabecera del blog son una adaptación de esa frase).

En uno de sus diálogos, Platón describe un locus amoenus, fuera de las murallas de Atenas, que pareciera describir el entorno natural y sagrado (pues hay un altar y un templo) de la Academia. Al encontrarse con Fedro, Sócrates señala un lugar donde pueden sentarse a leer el discurso de Lisias que Fedro lleva consigo. Cuando llegan por fin al lugar señalado, Sócrates se deshace en exclamaciones ante la belleza del lugar:

¡Por Hera! Hermoso rincón, con este plátano tan frondoso y elevado. Y no puede ser más agradable la altura y la sombra de este sauzgatillo, que, como además, está en plena flor, seguro que es de él este perfume que inunda el ambiente. Bajo el plátano mana también una fuente deliciosa, de fresquísima agua, como me lo están atestiguando los pies. Por las estatuas y figuras, parece ser un santuario de ninfas, o de Aqueloo. Y si es esto lo que buscas, no puede ser más suave y amable la brisa de este lugar. Sabe a verano, además, este sonoro coro de cigarras. Con todo, lo más delicioso es este césped que, en suave pendiente, parece destinado a ofrecer una almohada a la cabeza placenteramente reclinada.

Las cigarras ocuparán un lugar central más adelante en el diálogo, pero también podemos verlas como una referencia a Platón, en una tradición a la que el mismo Diógenes se refiere cuando cita unos versos de Timón de Fliunte:

Entre todos ellos se paseaba Platón [o Platón, el gran pez: aquí hay un juego de palabras entre Πλάτων (Platón) y πλατίστακος (pez)], que hablaba con dulce voz, musical como el canto de las cigarras que, sentadas en los árboles de Academo, dejaban fluir palabras delicadas como los lirios.

(Aquí hay una referencia prácticamente verbatim a la Ilíada, el primer texto en el que se habla de una cigarra. Es curioso que Homero las mencione sólo una vez, pues será un animal que luego obsesionará a los griegos).

Bajo la sombra del plátano y del sauzgatillo, Fedro lee el discurso de Lisias, y Sócrates pronuncia otros dos discursos en honor a Eros, uno blasfemo y otro a modo de palinodia. Este último alcanza su cumbre con la célebre imagen del alma como un carro alado. Sócrates le atribuye a las cigarras—”profetas de las Musas”—la inspiración del discurso. Y allí, justo a la mitad del diálogo, cuando Fedro y Sócrates están a punto que comenzar una nueva discusión que atormentará a los comentadores de Platón hasta nuestros días (la vexata quaestio de la unidad del diálogo), Sócrates se detiene otra vez a escuchar el canto de las cigarras, que cantan como si dialogasen entre ellas. Esa mezcla entre canto y diálogo está en el corazón de la filosofía platónica y refuerza la idea de las cigarras como una imagen de Platón, cuya obra tiene esa doble vertiente de obra de arte, monumento literario, e investigación filosófica. Y aunque en la República Sócrates habla de “la antigua disputa entre filosofía y poesía” (607b), en el Fedro ambas conversan amigablemente. Así ha de ser también en este blog.

También en el Fedro, Sócrates compara al auténtico filósofo, que se preocupa más en escribir en el alma antes que en papel, con un jardinero sensato, que no planta las semillas en pleno verano sólo para verlas florecer, efímeras, durante el festival de Adonis, sino que se preocupa por plantarlas en el lugar y tiempo adecuados, aunque tenga que esperar muchos meses antes de verlas madurar.

La lógica del jardín es la lógica de la espera. Es una lógica tan difícil que siempre pienso en ella como una aspiración. Así he entendido siempre estos aforismos de Wittgenstein que varias veces he usado como lemas vitales y que hoy pongo aquí, en la entrada del jardín, como si de oráculos se tratasen:

“En la carrera de filosofía gana el que puede correr más despacio. O aquel que alcanza al último la meta”

“El saludo de los filósofos entre sí debería ser: ‘¡Date tiempo!'”

Este blog que es un jardín comienza, pues, bajo la inspiración de Platón, de su manera de entender la filosofía como modo de vida y como una conversación extendida en busca de la verdad y del conocimiento de sí—como un cultivo del alma. Y como esta nueva tierra comienza a ser arada en medio de las borrascas de una tesis sobre el Fedro, vengo a transplantar aquí el ambiente idílico en el que Sócrates y Fedro se vieron sumergidos, fuera del ajetreo la ciudad, con el deseo continuar aquí las variadísimas conversaciones que se pueden tener bajo un coro de cigarras—esas que no tienen lugar en una tesis, pero que terminan por constituir la esencia de la vida examinada.

Este blog es un jardín (I)

“God Almighty first planted a garden”. Con esa lección de estilo comienza Francis Bacon su ensayo sobre los jardines. Y aunque sé bien que más vale un buen final que un buen principio y que la santidad está en las últimas piedras, yo le tengo fe a esa esperanza que late en los comienzos; esa cosa con alas, un poco frágil, que promete tomar vuelo.

Esperanza contra toda esperanza: he decidido (re)abrir un blog.


Como Dios, yo también quisiera plantar un jardín. Uno real, con flores y vegetales, y uno con palabras. La metáfora es conocida, pero no se me ocurre una mejor para hablar de filosofía, poesía, arte, religión—el cultivo del espíritu. Durante mucho tiempo he estado como una planta de invernadero, recibiendo sol y agua; a veces durmiente, pero siempre en buenas manos. Ahora quisiera ser yo el jardinero, cuidar del suelo, plantar las semillas. Por eso he decidido comprar un terreno, poner una cerca y empezar el plantío.
Este blog es un jardín: un lugar donde trabajar en público la tierra, compartir el trabajo, las flores y los frutos. Es un intento de no ir desperdiciando las semillas a lo largo del camino por falta de atención, sino de encontrar una tierra donde plantarlas y atenderlas. Habrá plantas caducas y perennes, brotes que no florezcan, alguna que otra maleza. Con el tiempo, quizá, en un rincón habrá una rosaleda.
Todo cultivo requiere una atención constante a lo concreto. Y por paradójico que suene, vengo a Internet, esta tierra baldía de distracciones, a ejercitar por escrito la atención que tanto me hace falta. Si lo hago en estas tierras es con la esperanza, oh lector, de poder hacerlo en compañía.


Son muchos los que han hablado de la jardinería como metáfora. Joan Miró, por ejemplo, decía:

Trabajo como un hortelano o como un vinatero. Las cosas vienen lentamente. Mi vocabulario de formas, por ejemplo, no lo he descubierto de una vez. Se formó casi a pesar mío.

Y Brian Eno tiene todo un artículo en el que compara la metáfora del artista como arquitecto, que tiene de antemano la visión completa—el plano—de lo que se materializará luego, y la más acertada metáfora del artista como jardinero, que planta una semilla y espera, sin pleno control del resultado.

Una de las cosas que más me gustan de la metáfora del jardín es que las semillas no se crean sino que se encuentran, se recogen. No hay originalidad sino transplantes, podas, injertos, nuevas maneras de arar los terrenos. Las semillas están por todas partes: en libros, conversaciones, películas, podcasts, pero es tanto el ruido que es fácil perder la señal. Este terreno es, pues, para reducir el ruido. Un terreno para el silencio, para el cultivo.


Me he dado cuenta de que entiendo el Internet en términos espaciales. Quizá sea porque hablamos de “sitios” web y de “navegar” por el “ciberespacio”. En las redes sociales nos abrimos campo, pero Twitter es una plaza pública en la que se ahogan las voces. A los blogs, en cambio, siempre los he visto como grandes casas propias, rodeadas de la intimidad de quien escribe.

A mi blog preferido—el que más he disfrutado, más me ha influido y por el que siento una gratitud enorme—iba como quien visita la siempre acogedora hacienda de un amigo. Como muchas de las entradas eran anécdotas personales y familiares, era como si se me permitiera participar en ese calor hogareño, a mí, que pasaba por allí y ahora me invitaban a quedarme. Con el tiempo, podía ya ver conexiones implícitas, referencias a que a un paseante le resultarían oscuras; era ya parte de un léxico familiar, un mundo compartido.

A finales del 2020 el blog se mudó de esa hacienda (que yo me imaginaba algo así como Scrutopia) a un piso compartido en “Leer por leer”. La esencia del blog es la misma y he pensado mucho si mi lamento por el cambio no será más que la pura nostalgia. Al fin y al cabo, “Leer por leer” es un sitio estupendo y los artículos de mi barbero no han perdido un ápice de ingenio, buen humor y buena pluma.

El problema es que a “Leer por el leer” no voy directamente. Sólo voy cuando un Tweet de tal o cual persona me lanza hacia un artículo por aquí, otro por allá. A veces en la columna de uno, otras en la de otro. Todos con el mismo estilo de fuente y con algún link a un producto. Nada en contra de esto, eh, que a los autores hay que pagarles, y las empresas bibliófilas me fascinan, pero ya nos movemos por las calles de la plaza pública. Qué bien esos encuentros fortuitos con unos y otros, pero a la larga todos vamos un poco de prisa. Y qué decir de lo difícil que es volver a los artículos antiguos. Con lo bien que me he lo he pasado volviendo a las viejas entradas de “Rayos y Truenos”, esas del 2009, por ejemplo, las de aquellos tiempos en los que esperaba cada nueva entrada con ansias. Es como si todo ahora fuera más pasajero.

No es crítica a la mudanza, sino una apología al blog como forma imperecedera. Parece que van muriendo, que ya nadie comenta y sigue los blogs como antes, pero allí siguen, cual refugios, y continúan ofreciendo uno de los mejores espacios en Internet: una casa propia, con su jardín, donde empezar una conversación con uno mismo y con quien venga de paso. Como dice Austin Kleon, a quien le debo el impulso final para abrir este jardín, un sólo post no es nada, pero a lo largo de una década se termina convirtiendo en el trabajo de tu vida. Kleon ha llegado a decir que las mejores cosas que le han sucedido en su carrera han empezado como una semilla en su blog. Yo podría decir algo similar, pero refiriéndome a los blogs de otras personas, a los que debo gran parte de mis lecturas y, por tanto, de cultura. Me admiran esos blogs que, sin mayores pretensiones, crecen con el paso del tiempo.

“A lot of this — all of this — is just tending soil,” decía el gran Fred Rogers (ya hablaremos de él algún día) sobre su programa infantil. Ese cuidado del suelo es la grandeza de muchos blogs que aún siguen floreciendo. Esta es la esperanza con que abrazo este comienzo: plantar, regar—que por añadidura venga el incremento.