“God Almighty first planted a garden”. Con esa lección de estilo comienza Francis Bacon su ensayo sobre los jardines. Y aunque sé bien que más vale un buen final que un buen principio y que la santidad está en las últimas piedras, yo le tengo fe a esa esperanza que late en los comienzos; esa cosa con alas, un poco frágil, que promete tomar vuelo.
Esperanza contra toda esperanza: he decidido (re)abrir un blog.
Como Dios, yo también quisiera plantar un jardín. Uno real, con flores y vegetales, y uno con palabras. La metáfora es conocida, pero no se me ocurre una mejor para hablar de filosofía, poesía, arte, religión—el cultivo del espíritu. Durante mucho tiempo he estado como una planta de invernadero, recibiendo sol y agua; a veces durmiente, pero siempre en buenas manos. Ahora quisiera ser yo el jardinero, cuidar del suelo, plantar las semillas. Por eso he decidido comprar un terreno, poner una cerca y empezar el plantío.
Este blog es un jardín: un lugar donde trabajar en público la tierra, compartir el trabajo, las flores y los frutos. Es un intento de no ir desperdiciando las semillas a lo largo del camino por falta de atención, sino de encontrar una tierra donde plantarlas y atenderlas. Habrá plantas caducas y perennes, brotes que no florezcan, alguna que otra maleza. Con el tiempo, quizá, en un rincón habrá una rosaleda.
Todo cultivo requiere una atención constante a lo concreto. Y por paradójico que suene, vengo a Internet, esta tierra baldía de distracciones, a ejercitar por escrito la atención que tanto me hace falta. Si lo hago en estas tierras es con la esperanza, oh lector, de poder hacerlo en compañía.
Son muchos los que han hablado de la jardinería como metáfora. Joan Miró, por ejemplo, decía:
Trabajo como un hortelano o como un vinatero. Las cosas vienen lentamente. Mi vocabulario de formas, por ejemplo, no lo he descubierto de una vez. Se formó casi a pesar mío.
Y Brian Eno tiene todo un artículo en el que compara la metáfora del artista como arquitecto, que tiene de antemano la visión completa—el plano—de lo que se materializará luego, y la más acertada metáfora del artista como jardinero, que planta una semilla y espera, sin pleno control del resultado.
Una de las cosas que más me gustan de la metáfora del jardín es que las semillas no se crean sino que se encuentran, se recogen. No hay originalidad sino transplantes, podas, injertos, nuevas maneras de arar los terrenos. Las semillas están por todas partes: en libros, conversaciones, películas, podcasts, pero es tanto el ruido que es fácil perder la señal. Este terreno es, pues, para reducir el ruido. Un terreno para el silencio, para el cultivo.
Me he dado cuenta de que entiendo el Internet en términos espaciales. Quizá sea porque hablamos de “sitios” web y de “navegar” por el “ciberespacio”. En las redes sociales nos abrimos campo, pero Twitter es una plaza pública en la que se ahogan las voces. A los blogs, en cambio, siempre los he visto como grandes casas propias, rodeadas de la intimidad de quien escribe.
A mi blog preferido—el que más he disfrutado, más me ha influido y por el que siento una gratitud enorme—iba como quien visita la siempre acogedora hacienda de un amigo. Como muchas de las entradas eran anécdotas personales y familiares, era como si se me permitiera participar en ese calor hogareño, a mí, que pasaba por allí y ahora me invitaban a quedarme. Con el tiempo, podía ya ver conexiones implícitas, referencias a que a un paseante le resultarían oscuras; era ya parte de un léxico familiar, un mundo compartido.
A finales del 2020 el blog se mudó de esa hacienda (que yo me imaginaba algo así como Scrutopia) a un piso compartido en “Leer por leer”. La esencia del blog es la misma y he pensado mucho si mi lamento por el cambio no será más que la pura nostalgia. Al fin y al cabo, “Leer por leer” es un sitio estupendo y los artículos de mi barbero no han perdido un ápice de ingenio, buen humor y buena pluma.
El problema es que a “Leer por el leer” no voy directamente. Sólo voy cuando un Tweet de tal o cual persona me lanza hacia un artículo por aquí, otro por allá. A veces en la columna de uno, otras en la de otro. Todos con el mismo estilo de fuente y con algún link a un producto. Nada en contra de esto, eh, que a los autores hay que pagarles, y las empresas bibliófilas me fascinan, pero ya nos movemos por las calles de la plaza pública. Qué bien esos encuentros fortuitos con unos y otros, pero a la larga todos vamos un poco de prisa. Y qué decir de lo difícil que es volver a los artículos antiguos. Con lo bien que me he lo he pasado volviendo a las viejas entradas de “Rayos y Truenos”, esas del 2009, por ejemplo, las de aquellos tiempos en los que esperaba cada nueva entrada con ansias. Es como si todo ahora fuera más pasajero.
No es crítica a la mudanza, sino una apología al blog como forma imperecedera. Parece que van muriendo, que ya nadie comenta y sigue los blogs como antes, pero allí siguen, cual refugios, y continúan ofreciendo uno de los mejores espacios en Internet: una casa propia, con su jardín, donde empezar una conversación con uno mismo y con quien venga de paso. Como dice Austin Kleon, a quien le debo el impulso final para abrir este jardín, un sólo post no es nada, pero a lo largo de una década se termina convirtiendo en el trabajo de tu vida. Kleon ha llegado a decir que las mejores cosas que le han sucedido en su carrera han empezado como una semilla en su blog. Yo podría decir algo similar, pero refiriéndome a los blogs de otras personas, a los que debo gran parte de mis lecturas y, por tanto, de cultura. Me admiran esos blogs que, sin mayores pretensiones, crecen con el paso del tiempo.
“A lot of this — all of this — is just tending soil,” decía el gran Fred Rogers (ya hablaremos de él algún día) sobre su programa infantil. Ese cuidado del suelo es la grandeza de muchos blogs que aún siguen floreciendo. Esta es la esperanza con que abrazo este comienzo: plantar, regar—que por añadidura venga el incremento.
Marce: ¡gracias por compartir tu casa!
LikeLike